“Queremos ser la puerta de entrada de Rusia en América Latina y depender menos de Estados Unidos y del FMI”, con estas palabras, el presidente Alberto Fernández inaugura de manera explícita un romance de sumisión hacia el régimen autocrático de Vladimir Putin, ex agente soviético miembro del Comité por la Seguridad del Estado (KGB) y actual emperador sin título nobiliario.
Mientras el presidente argentino pasea sus desaciertos diplomáticos por el mundo, la Argentina se conmueve hasta el horror debido a las muertes por consumo de cocaína adulterada con fentanilo, otra droga que potencia hasta matar.
Familias que deambulan espectrales en busca de respuestas que no llegan y siguen en su triste recorrido por los hospitales del Conurbano, mientras en la comparsa viajera de Fernández resalta un personaje que reconoce que en las ambulancias de su distrito se hace delivery de droga mientras él, que es nada menos que el intendente, hace la vista gorda.
Me pregunto si habrá llegado a los oídos de Mario Ishii que Joaquín Aquino, alias “El Paisa”, presunto responsable de ser el dueño de la cocaína asesina, fue detenido en su distrito de José C. Paz.
Pero Ishii no parece conmovido. No ha mostrado importarle a él ni al otro célebre Fernández, Aníbal, a cargo del Ministerio de Seguridad de la Nación, ni a Sergio Berni, que se supone al frente de la Seguridad provincial, ni a la ministra de Salud, Carla Vizzotti, responsable del ANMAT, que debería ejercer celosa custodia sobre la droga fentanilo.
Eso sí. El Estado presente no es el del Gobierno, es el de las mafias que dominan territorios, negocios mortales e impunidad a cielo abierto.
Hasta donde dan mis atribuciones como diputado nacional, junto a un grupo de colegas de nuestro espacio político, he presentado un pedido de informes al Ejecutivo Nacional para que detalle todo lo referente al fentanilo y sus derivados para saber cuál es el despliegue de esta droga en el territorio nacional.
Las respuestas espero sean más específicas que las actitudes y gestos de los funcionarios involucrados, que siguen ocupados en sus peleas de culebrón televisivo como la dupla Berni-Aníbal Fernández, o acumulan días de silencio distraído como el de Vizzotti.
Pero aun en este silencio sólo interrumpido por el cacareo mediocre de estos actores de reparto están muy claras las pistas del desastre. En la anterior gestión de Aníbal Fernández nos pasó el impacto asesino de los narcotraficantes de la efedrina.
Aquel episodio quedó grabado con la triple muerte en el partido de General Rodríguez y ahora irrumpe el fentanilo matando a decenas de personas, víctimas de la adicción a estas drogas que esclavizan, en el partido de San Martín, también provincia de Buenos Aires.
La Provincia en pleno dolor y el gobernador Axel Kicillof de turismo emocionado con las fotos de Lenin, Stalin y Cristina. La Cristina a quien me refiero es Cristina Fernández de Kirchner, que asumió la presidencia en estos días, en silencio, como siempre que hay un desastre mientras ella y los suyos nos gobiernan.
Qué importante, qué reparador hubiese sido interrumpir ese viaje vacío de resultados y emprender la vuelta para abrazar en el dolor a los bonaerenses conmocionados por tanto desgobierno suyo y de sus colegas en el desgobierno del Gobierno nacional.
Eso no pasó, ni va a suceder porque la fe revolucionaria se profesa en Moscú, mientras que el dolor del conurbano queda en el barro eterno que se perpetúa en las calles de la pobreza local.
Todo un signo de época que se identifica con el populismo. Patéticas letanías suplicantes repetidas frente al altar del progresismo sin progreso.