La superficialidad de la política económica




BUENOS AIRES (NA). — Esta semana hemos conocido la decisión del Banco Central de la República Argentina de crear una nueva demonización para nuestros billetes: se ha dado, finalmente, paso al billete de $2.000.

La última vez que se había tomado la decisión de ampliar las denominaciones de los billetes había sido en noviembre de 2017 cuando el de $1.000 vio la luz. En aquel entonces el mismo equivalía a 52 dólares y nació en respuesta a un proceso inflacionario que empujó al gobierno de Mauricio Macri a crear otras denominaciones desde su asunción: el de $200 y el de $500.

En nuevo billete anunciado (que tendrá vigencia según se espera a partir de mediados de año) vuelve a surgir como una respuesta a niveles de inflación que degradan cada vez más el valor de la moneda generando la necesidad de tener billetes cada vez de mayor denominación.

El billete que hoy ostenta nuestro mayor valor es el de $1.000. El mismo nace un 1 de diciembre de 2017 luego de la implementación un año antes de la serie de $200 y de $500, con un valor en dólares 10 veces superior al que hoy tendría el billete de $2.000: si hoy estuviese en nuestros bolsillos el flamante billete ostentaría un valor equivalente a los 5,3 dólares.

Si uno entiende que faltan algunos meses para que el mismo vea la luz, estos dólares que hoy representan los $2.000 probablemente resulten ser demasiado. El problema no se basa en una cuestión meramente numérica sino en la constante pérdida de valor que sufre nuestra moneda.

El “peso” tiene origen allá por 1992. Si bien la Ley de Convertibilidad da el puntapié inicial para el reemplazo de los devaluados Australes a la nueva moneda, la misma no estuvo en la calle sino hasta el 1 de enero de 1992. El “peso” tuvo en su origen versiones de 1, 2, 5, 10, 20, 50 y 100 pesos. En aquel momento el billete de menor denominación nacía con un valor equivalente a un dólar. Hoy nuestro billete de menor denominación equivale a 2,65 centavos del billete verde. En el otro extremo el billete de mayor denominación al momento de nacer el “peso” fue el de 100, equivalente a 100 dólares. El billete que hoy circula de mayor denominación equivale apenas a 2,80 dólares.

Lejos estamos de lograr tener billetes que se aproximen al poder adquisitivo de hace 30 años. Para conseguirlo siguiendo el equivalente en dólares deberíamos contar hoy con un billete de $37.700 que equivale a 19 veces el valor del que se ha anunciado esta semana como novedad.

Mientras el nivel de inflación siga en estos niveles, la propia dinámica condenará –más tarde o más temprano- a todos los billetes a su desaparición. No importan las denominaciones, las cantidades o los próceres que contengan, mientras que la política fiscal y monetaria no esté alineada con el sentido común, la moneda local no será más que una condena para quién no pueda escapar de ella.

Escrito por Manuel Adorni